domingo, 16 de enero de 2011

Carta no enviada

Todos tenemos esa cartita escrita en un cuaderno olvidado en el fondo de un cajón en el clóset, debajo de los calcetines; esa que nos sale del corazón un sábado cualquiera por la tarde, cuando está nublado y extrañamos más a ese o esa destinataria y más nos hace falta al lado; esas paginas que quisiéramos enviar, pero que, por alguna razón, se queda en ese cuadernucho al que ya se le cayó la pasta y al que nos da miedo leer por poder volver a sentir aquello que nos llevó a escribir la carta en primera instancia.

Ahora, tras desempolvar un poco mi clóset, transcribo una de esas cartitas inútiles que lo serían menos si se hubiesen enviado.


¡Hola! Empiezo con un "hola" porque no sé qué más decir. O más bien, no sé cómo decirlo. No sé cómo empezar a expresar lo que siento, porque siento que quizá no quiera expresarlo. No sé si quiera escribirlo y, más aún, no sé si quieras tú leerlo. Y todo por miedo, por inseguridad, por estar tan joven y no atreverme a besarte.

Recuerdo que antes platicábamos muy seguido. Recuerdo muy bien las horas que duramos alguna vez discutiendo sobre tonterías y banalidades. Recuerdo tu sonrisa cuando te decía algún cumplido tonto. Éramos cercanos en secreto, amigos en público, amantes en mi corazón.

Creeme que nada ha cambiado desde entonces. Sigues teniendo tu lugar bien apartado en mi corazón, que aún late con fuerza cuando te recuerda, cuando te ve, cuando sabe algo de ti por una foto perdida o un dibujo mío en la tapa de un cuaderno de esos tiempos. Sigue teniendo un espacio muy especial en mis recuerdos, esa tarde cuando aceptaste ir conmigo.

Recuerdo esa noche. Hacía frío; un poco quizá. Platicamos como todas esas otras veces. Quizá tú platicaste más que yo. Suelo hacer eso.

Fue una velada interesante, porque pude ver tu rostro más de cerca que otras veces. Estaba nervioso. Tú también lo estabas, pude notarlo. Nunca lo entenderé, pero lo estabas. Sonreía como un admirador patético de alguien famoso. Te veía quitar tu cabello de tu rostro con la mano y sonreía. Era feliz junto a ti. Lo seré siempre que recuerde tenerte cerca.

Luego, terminó la noche. Te acompañé. Y antes de despedirnos, te vi fijamente. Sabía lo que quería. Sabía que lo esperabas tú también. Me quise acercar para darte un beso en los labios. No era amor insaciable. No era amor implacable, ni incontenible. Simplemente te quería y quería tocar tus labios con los míos para decirte "buenas noches, gracias por estar en mi vida". Y no lo hice.

A la fecha no sé por qué no te besé. No hubiera perdido nada. O, al menos, nada más de lo que ya perdí.

Desde esa noche, prácticamente no hablamos. Nos hemos dirigido la palabra unas tres o cuatro veces y he tratado de muchas maneras que volvamos a reunirnos, aunque sea para saludarte, preguntarte por tu vida y volver a esa distancia que nos separa tanto, sin ser tan grande. No ha habido éxito. Es como si nuestra amistad se hubiera acabado por culpa de esa noche.

Te entiendo, tienes trabajo. Aun así me gustaría saber de ti. Creeme, aún te quiero, y mucho. Te he ocultado mensajes en mis poemas. Búscalos. Ahí estás: entre los versos, inmersa como un factor común. Te extraño.

Lamento si te lastimé. Solamente ha sido mi estupidez, no mi falta de cariño. Si deseas algún día llegar de improviso y saludarme, contarme un poco de tu vida, tomar mi mano aunque sea unos segundos, volveré a sonreír como tonto al ver tus ojos. Volveré a querer besarte... y trataré, en esta ocasión, de hacerlo.

Te extraña con todo el corazón,

Hugo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario