martes, 5 de julio de 2011

Nole, el ídolo


Los países necesitan ídolos. Las estrellas son necesarias para alumbrar todos los cielos. A veces, esos ídolos se crean. En otras ocasiones, las más contadas, pero las más grandiosas, esas estrellas nacen por sí solas y brillan con su propia luz. Los ídolos de piedra son tallados por aquellos que desean fervientemente tener sobre quién volcar sus esperanzas y sus rezos. Los ídolos que se construyen solos se ganan los rezos a base de acciones. Y, en estos días, un ídolo que se venía generando, explotó y, ahora, deslumbra ese cielo que le había apartado un lugar.

El pasado domingo, el serbio Novak Djokovic terminó con siete años de reinado de dos gigantes del tenis: Roger Federer, el mejor tenista de todos los tiempos, y Rafael Nadal, el mejor jugador del mundo hasta ese domingo. Desde 2002, nadie, además de el suizo y el español, había podido ganar el torneo más prestigioso del tenis: Wimbledon. Y 'Nole' lo hizo, para hacerse de un lugar en la historia del tenis: el primer número uno del mundo en los últimos siete años, diferente a Federer y Nadal.

Este año ha sido de ensueño para Novak. Dentro de sus logros en 2011 se cuentan este torneo de Wimbledon y el Abierto de Australia, además de los torneos de Indian Wells, Miami, Madrid, Roma, entre otros. Ha ganado todos los partidos que ha jugado, excepto la semifinal de Roland Garros ante R-Fed (muchos coincidimos en que, de no ser porque Federer salió ese día como poseído por el mismísimo chamuco, Nole se habría alzado con el abierto francés, también). Su marca en lo que va del año: 48 partidos ganados, 1 perdido.

Para quienes no lo han visto jugar, Novak vendría a ser como un punto intermedio entre la perfección y naturalidad de Federer y la garra y velocidad de Nadal, con un poco del juego semi-lento de Andy Murray. No comparte la fuerza de Nadal, pues esa fuerza se la da el tipo de juego forzado que maneja. Por el contrario, Djokovic basa su regularidad y su racha de victorias en una capacidad sobresaliente de adaptarse al tipo de juego del contrincante, en su velocidad para decidir sus jugadas, a la variedad de tiros que maneja y a una constancia mental, física y tenística que pocos comparten.

Pero más allá del talento para jugar que tiene, Djokovic es una de esos jugadores que da gusto ver disputar un partido. Siempre ha sido el bromista, el carismático, el que quieres tener como amigo porque siempre te hará reír. Es conocido por su juego, pero también por su humor agrio que le ha valido algunas críticas por parte de sus contrincantes (quienes, de cualquier manera son sus amigos). En varias ocasiones, se le ha visto imitando a Federer, Nadal, Roddick, Sharapova o algún otro jugador (incluso a John McEnroe, quien lo retó a disputar dos puntos en el Abierto de Estados Unidos de 2009), dando muestra de su ligereza de carácter. En los juegos, se ve cómo se divierte y cómo le gusta dar espectáculo.

En cada premiación de este año, Nole se ha visto preocupado en tratar de dar sus discursos en el idioma del país donde se lleva a cabo. Este año sorprendió a un servidor al recibir el trofeo en Roma, con un discurso en italiano. En Roland Garros trató de dar una entrevista en francés, aunque se notó que no es su fuerte el idioma galo. Me imagino a Djokovic como una de esas personas medio dementes que no pueden dormir y que, tras de entrenar, se va a su cuarto de hotel y se pone a estudiar una nueva lengua.

El domingo, se veía al crew de Djokovic en su palco, apoyando a Novak. Se podía notar que son gente humilde, de un gran corazón, que gusta de los pequeños placeres de la vida, y que estaban ahí porque es tan importante para ellos, como es para Novak compartirles sus triunfos. Quizá esto lo digo porque para mí, la familia es lo más importante, pero realmente me conmovía ver a sus padres, su hermano y su novia, con el corazón volcado en él, prácticamente jugando con él el partido. Mi corazón latía con fuerza, porque parecían sacados de una película. Y, al final, el júbilo... Gana Djokovic y el palco con su gente más cercana, la gente que más quiere, gritando de alegría, de victoria, porque la victoria es tanto de él, como de ellos. Se les veía felices, realmente felices. Se pusieron camisetas que mandaron hacer para apoyarle y comenzaron a saltar y cantar. Por otro lado, el presidente de Serbia, celebrando de igual manera. A unos cuantos miles de kilómetros de allí, el pueblo entero de Serbia que ve ganar a su ídolo, ve nacer su primer héroe como pueblo independiente: ése que siempre lleva a su país en el corazón; ése que, a diferencia de los demás grandes, juega la Copa Davis defendiendo los colores de su nación y los guió a ganarla por primera vez (Nadal y Federer casi nunca la juegan, alegando lesiones); ése que se asume como el ídolo que es y que no pierde el piso.

Novak Djokovic juega con el corazón y eso es lo que lo diferencia de los demás. Nole es el número uno del mundo, quién sabe por cuánto tiempo. Sin embargo, su carácter, su entrega, su carisma, su talento y, sobre todo, su gran corazón lo hacen realmente un jugador a imitar (como él hace con los demás); ese corazón que lo hace ser una gran persona, el orgullo más grande de su familia y el héroe de su país. Algún día, yo le contaré a mis hijos de su majestad Roger Federer, 16 veces campeón de Grand Slams y de cómo no había nadie en el mundo que le pudiera ganar, del toro Rafael Nadal, 10 veces ganador de Grand Slams, el más joven en ganarlos todos y el mejor jugador en arcilla del mundo... y del 'Djoker', Novak Djokovic, el único que se ha podido erigir como el héroe, el ídolo, la más grande figura de un país entero.