miércoles, 19 de enero de 2011

La Revolución de 2010 (un cuento obligatorio)

- ¿Y si tiene razón el doctor? -preguntó ella al comandante, mientras él miraba al vacío en ese cuartucho de cinco por cinco que les había servido de cuartel y refugio desde el primer día, más de dos años antes, hasta ese día 19 de marzo.

El comandante estaba tan absorto en sus pensamientos que no la escuchó. No podía ni siquiera darse cuenta de que estaba allí, donde tiempo atrás, cada vez que leía las noticias, derramaba lágrimas de impotencia y de coraje mientras apretaba el periódico con todas sus fuerzas; en ese lugar donde había logrado reunir a tantas personas que pensaban como él, que apretaban el periódico todos los días; en ese lugar donde había logrado convencer al doctor de unirse a su causa a pesar de las diferencias entre las ideas de uno y otro; allí donde se había desvelado noches enteras escribiendo, primero, los cinco puntos que serían títulos de los capítulos de lo que después fue un ensayo de 67 páginas donde se explicaba la razón de la lucha y que se convertirían en el manual de la revolución; en ese lugar donde la había conocido y conquistado a ella, quien le hablaba en ese momento sin que él escuchara; sentado en esa silla que era la única que se había quedado del juego de seis del comedor que había vendido para financiar la compra de armas a un guerrillero semipatriota que las vendió baratas.

El comandante recordó, hasta sin quererlo, ese primer día cuando invitó a sus aliados en la lucha: el aviador, el poeta, el profesor, la abogada, el doctor y ella. Los sentó alrededor de la mesa mientras les hablaba de ese pésimo mundo y ese chiquero que quedaba del país. Recordó cómo miró sus caras de asombro mientras gritaba repitiendo palabras de Zapata, de "el Ché", de Martin Luther King y todas esas personas que le inspiraban a luchar. Muchos de ellos estaban escépticos ante la posibilidad real de cambiar el país. "Recuerden que todo aquello que fue puesto en este mundo, todo lo hecho por la mano de Dios, es transformable. Si el país... ¡si el mundo entero no lo fuera, entonces nosotros no deberíamos de existir!", dijo el comandante, convenciendo a casi todos de la necesidad de una lucha... a todos, excepto al doctor.

Le dio una copia de su ensayo titulado "Sentimientos de la Nación" a cada uno de los allí reunidos, enfureciendo al doctor, quien le lanzó los papeles al pecho.

-¿Cómo te atreves a poner ese título a algo así? Eres- dijo -un ladrón de ideas. Si Morelos leyera ese manuscrito, te golpearía en la cara, porque lo que él quería de México no era héroes, sino hombres. Morelos no heredó el país a estrellas, sino a engranes que ayuden a mejorar este país. ¡No debes lucirte para lograr un cambio! Debes trabajar.

Todos se conmovieron tanto con las palabras del doctor que, a pesar de estar totalmente decididos de iniciar la batalla, convencieron al comandante de cambiar el nombre del texto. A partir de ese primer día, el tratado de sus razones para luchar fue llamado "Plan de Guadalajara" y, a pesar de nombrarlo "Comandante de la Revolución", estuvieron todos de acuerdo en que no se asumirían como héroes en caso de ganarla. Sus nombres no deberían aparecer en los libros de texto como héroes. Si perdían, de todos modos no aparecerían. Por ello es que se dieron nombres clave al principio: aviador, profesor, doctor, abogada, poeta y ella, quien para el comandante solamente era ella y a quien amaba y no podía llamar por su clave, "Química". Después, esos nombres clave se convertirían en sus verdaderos nombres de pila y aquéllos que estaban escritos en sus actas de nacimiento se convirtieron en simples apodos fuera del mundo real que ellos empezarían a escribir.

El doctor duró escéptico durante varias semanas, mientras discutía a diario con el comandante. No es que no quisiera cambiar al país, que no deseara con todas sus fuerzas matar al mal gobierno o que pensara que así era mejor. Era solamente que las maneras que planteaba el comandante no lo convencían. Mencionaba seguido a dictadores que habían vencido a sus opositores y se habían alzado más poderosos que nunca. "¿Entonces qué haces aquí?", le preguntó una vez el aviador. "Estoy aquí porque quiero lo mismo que tú: un país más justo. Es solo que necesitamos una estrategia mejor planteada." Entre el profesor y el doctor, pulieron el Plan de Guadalajara para que fuera un verdadero plan de guerra, sin quitar la parte importante escrita por el comandante.

- Excelente nombre tiene este escritillo -solía decir el doctor -. Pancho Villa decía que Guadalajara era el gallinero de la Revolución. Ahora estaría orgulloso de nosotros.

La abogada se encargó de enviar el ensayo a todos los periódicos y revistas independientes y conocidos por subversivos del país. En más de la mitad, los publicaron, una página al día, hasta que se llegó el día 12 de diciembre de 2010, una fecha importante, pues en los últimos tres párrafos del Plan, se podía leer:

Hermanos Mexicanos, démonos cuenta de la necesidad de cambiar este mundo nuestro, este país que solamente nos llena de tristeza. Nosotros podemos lograr que este país de nuestros abuelos y nuestros padres sea mejor para nuestros hijos. Les pregunto, hermanos y hermanas, ¿Es esta la nación que le queremos heredar a nuestros vástagos? ¿Es acaso esta agua contaminada por el petróleo del gobierno, estas calles llenas de los hoyos del presupuesto de nuestros impuestos, este cielo marrón y esta sangre envenenada, triste y pobre la que queremos que reciban nuestros nietos?

No es posible tanta pobreza y tanta soledad. No es posible que nos dejen a nuestra suerte, hermanos. Muchos se quejan y no hacen nada. Muchos se quejan de los que se quejan porque dicen que uno no puede esperar que el gobierno nos saque de los problemas. Y yo me pregunto: ¿Por qué no, si es su trabajo? ¡Claro! No se puede esperar eso del mal gobierno. Pero de un gobierno que responda al pueblo porque salga del pueblo, sí se puede esperar representación, ayuda y una búsqueda por la justicia y la libertad. La respuesta es simple: cambiemos al mal gobierno por uno bueno, nacido del pueblo, listo para cumplir y servir al pueblo, porque la verdadera democracia así lo dicta.

Por todo esto, hermanos Mexicanos, los conmino a unirse a una causa que no solamente es justa, sino que es obligatoria. El país no está bien, ni está cerca de estarlo. Unámonos en una lucha que pretendería ser pacífica, pero que tomará las armas de ser necesario. No podemos permitirnos el lujo de seguir alimentando a esta raza de gente inútil llamada "clase política". El día de mañana, hermanos, tomemos las plazas, las ciudades, los pueblos, las iglesias, las escuelas de toda la nación, y gritemos con todas las fuerzas "¡Esto va a cambiar! ¡México va a cambiar! ¡Viva México!" Que el 13 de diciembre sea recordado por nuestros hijos y nietos y quienes nos sobrevivan, como el día en que México comenzó a cambiar; el día en que inició la verdadera Revolución de 2010.

El comandante iba y volvía a la realidad en ese cuartucho, mientras se sentía exactamente igual que cuando estuvo a punto de morir por primera vez, hacía más de un año, cuando el ejército les ganó una batalla en Guanajuato y lograron capturarlo.

- ¡¿Quién es su líder?! -, preguntaban ellos, mientras le golpeaban la cabeza para luego sumergírsela en agua tan caliente que le quemaba los ojos a pesar de tener los párpados fuertemente apretados-. Dinos o morirás -Le dijo una voz tranquilamente mientras escuchaba cómo se amartillaba una pistola.

- Nadie es líder en esta Revolución. El pueblo es el único líder. La Revolución es más que yo o que ustedes. Mátenme y alguien seguirá luchando por esta justa causa -respondía el comandante sin ningún dejo de miedo en su voz aun teniendo ante él el cañón de una pistola apuntándole. Esa fuerza con la que decía "pueblo", era suficientemente aterradora para sus enemigos que nunca se atrevieron a jalar el gatillo. Dos semanas después, la Revolución tomaría ese edificio del ejército y liberarían al comandante, quien regresó lleno de vida para seguir luchando.

Ahora, el comandante no tenía miedo, igual que no lo tenía esa vez que estuvo cerca de morir. Sin embargo, sentía a penas por segunda vez en los más de dos años de lucha que llevaban, que quizá, como dijo ella, el doctor tenía razón.

- ¿Y si tiene razón el doctor? -preguntó ella por segunda ocasión, logrando sacar al comandante de su trance y haciéndolo dudar.

- Esta Revolución está perdida, comandante. La causa está completamente derrotada -había dicho el doctor a penas unos minutos antes, para después dirigirse a la ventana y mirar a una ciudad en lucha.

- ¿Y si tiene razón? -preguntó por tercera vez.

El comandante se le quedó viendo a los ojos y estuvo a punto de quedarse callado, lo cual habría significado la derrota final de la Revolución; de haberse quedado callado, el comandante habría aceptado su destino y esperaría solamente a que llegaran los tanques y los hombres vestidos de verde a matarlos sin oponer resistencia.

De pronto, al ver los ojos de ella, el comandante recordó la primera vez que la vio llegar y cómo se había enamorado perdidamente de su mentalidad ávida de justicia para el país; recordó el rostro fuerte del doctor cuando lo convenció finalmente de luchar; recordó los cientos de "puta madre" que había gritado al viento cuando leía de pobreza, desigualdad y hambre en el país; recordó los 300,000 muertos de la guerra previa a la revolución, las mentadas de madre y habló por fin, con voz más firme que la más firme que jamás le habían escuchado antes:

- Aún así vale la pena seguir luchando -dijo el comandante, dando por hecho que morirían, pero su legado quedaría en los libros de texto, no por sus nombres, sino porque se habrían conseguido, al fin, las dos cosas que faltaban y que eran el estandarte de la Revolución: Justicia y Libertad.

domingo, 16 de enero de 2011

Carta no enviada

Todos tenemos esa cartita escrita en un cuaderno olvidado en el fondo de un cajón en el clóset, debajo de los calcetines; esa que nos sale del corazón un sábado cualquiera por la tarde, cuando está nublado y extrañamos más a ese o esa destinataria y más nos hace falta al lado; esas paginas que quisiéramos enviar, pero que, por alguna razón, se queda en ese cuadernucho al que ya se le cayó la pasta y al que nos da miedo leer por poder volver a sentir aquello que nos llevó a escribir la carta en primera instancia.

Ahora, tras desempolvar un poco mi clóset, transcribo una de esas cartitas inútiles que lo serían menos si se hubiesen enviado.


¡Hola! Empiezo con un "hola" porque no sé qué más decir. O más bien, no sé cómo decirlo. No sé cómo empezar a expresar lo que siento, porque siento que quizá no quiera expresarlo. No sé si quiera escribirlo y, más aún, no sé si quieras tú leerlo. Y todo por miedo, por inseguridad, por estar tan joven y no atreverme a besarte.

Recuerdo que antes platicábamos muy seguido. Recuerdo muy bien las horas que duramos alguna vez discutiendo sobre tonterías y banalidades. Recuerdo tu sonrisa cuando te decía algún cumplido tonto. Éramos cercanos en secreto, amigos en público, amantes en mi corazón.

Creeme que nada ha cambiado desde entonces. Sigues teniendo tu lugar bien apartado en mi corazón, que aún late con fuerza cuando te recuerda, cuando te ve, cuando sabe algo de ti por una foto perdida o un dibujo mío en la tapa de un cuaderno de esos tiempos. Sigue teniendo un espacio muy especial en mis recuerdos, esa tarde cuando aceptaste ir conmigo.

Recuerdo esa noche. Hacía frío; un poco quizá. Platicamos como todas esas otras veces. Quizá tú platicaste más que yo. Suelo hacer eso.

Fue una velada interesante, porque pude ver tu rostro más de cerca que otras veces. Estaba nervioso. Tú también lo estabas, pude notarlo. Nunca lo entenderé, pero lo estabas. Sonreía como un admirador patético de alguien famoso. Te veía quitar tu cabello de tu rostro con la mano y sonreía. Era feliz junto a ti. Lo seré siempre que recuerde tenerte cerca.

Luego, terminó la noche. Te acompañé. Y antes de despedirnos, te vi fijamente. Sabía lo que quería. Sabía que lo esperabas tú también. Me quise acercar para darte un beso en los labios. No era amor insaciable. No era amor implacable, ni incontenible. Simplemente te quería y quería tocar tus labios con los míos para decirte "buenas noches, gracias por estar en mi vida". Y no lo hice.

A la fecha no sé por qué no te besé. No hubiera perdido nada. O, al menos, nada más de lo que ya perdí.

Desde esa noche, prácticamente no hablamos. Nos hemos dirigido la palabra unas tres o cuatro veces y he tratado de muchas maneras que volvamos a reunirnos, aunque sea para saludarte, preguntarte por tu vida y volver a esa distancia que nos separa tanto, sin ser tan grande. No ha habido éxito. Es como si nuestra amistad se hubiera acabado por culpa de esa noche.

Te entiendo, tienes trabajo. Aun así me gustaría saber de ti. Creeme, aún te quiero, y mucho. Te he ocultado mensajes en mis poemas. Búscalos. Ahí estás: entre los versos, inmersa como un factor común. Te extraño.

Lamento si te lastimé. Solamente ha sido mi estupidez, no mi falta de cariño. Si deseas algún día llegar de improviso y saludarme, contarme un poco de tu vida, tomar mi mano aunque sea unos segundos, volveré a sonreír como tonto al ver tus ojos. Volveré a querer besarte... y trataré, en esta ocasión, de hacerlo.

Te extraña con todo el corazón,

Hugo.

lunes, 3 de enero de 2011

Propósitos 2011

Nunca había escrito mis propósitos de año nuevo. Y como quiero que este 2011 sea excelente, empezaré por hacer esta lista:

1. Dejaré de posponer las cosas: Mientras más pronto y rápido sea todo, mejor. Como un curita.
2. Haré ejercicio cuatro veces a la semana, aunque haga calor, frío, sea muy tarde o muy temprano.
3. Desayunaré todos los días: No más gansitos y submarinos para matar el hambre a media mañana.
4. Escribiré una nota, un post en mi blog o una página de algún otro texto al menos cada tercer día.
5. Encontraré un nuevo pasatiempo: El facebook ya no me satisface del todo.
6. Me estacionaré lo más lejos posible para caminar (lo cual NO contará como mi ejercicio del día)
7. Leeré al menos tres libros este año (número estándar para un mexicano): Los libros que tengo a medias no cuentan. Ahora que terminé de leer 'El Símbolo Perdido' tendré que encontrar algún autor que sea tan fácil de leer como Dan Brown.
8. Bajaré de peso. Si los propósitos 2, 3 y 6 no ayudan al respecto, tomaré Fatache o algo así, no me importa.
9. No haré dieta, pero cuidaré más lo que como.
10. Seré más puntual: Importante notar el "más".
11. NO aprenderé a desconfiar de la gente.
Y el más importante:
12. Ayudaré a la gente que me rodea a ser feliz.

Espero que este año cumpla todos ellos :)